Hubiera jurado que aquellas estrellas de enero nos observarían caminar entre los vestigios del agua que desfilaba a la par de la vereda… Muchas otras lunas contemplaron tus brazos eternos perderse en mi cintura a la par de los árboles. Esa noche no. Después de mirarte bajar a la plaza, jugando con tu equipaje nos conducimos a tu hogar. Apenas unos minutos luego, entre abrazos y miradas cómplices, un sonido pequeño se coló entre nosotros. Llaves. Un brillante juego de llaves. Te mire con sorpresa. Tu sonrisa instantánea me invito a pasar… Muros de confortable aspecto y aberturas añejas dibujaban el espacio cálido en que compartiríamos las horas siguientes, nuestro escaso tiempo. Muy poco, pero gracias a Dios, bien vivido. Entre el comedor y la habitación más próxima se encontraba una bonita puerta color café. A la altura de mi frente presentaba un orificio circular que permitía pasar el reflejo de la luz y quizá alguna partícula traviesa, con ganas de explorar. ¡Cómo me gusto aquell